Para Paracelso las enfermedades no eran consecuencia de los desequilibrios entre humores sino que era debido a ataques externos a los cuales se les podía combatir con sustancias químicas. Tan radical fueron sus posturas que no dudó en quemar públicamente ante sus alumnos los textos de Galeno y Avicena. Había que buscar nuevas medicinas basadas en la experimentación y la observación. Esta gran carga de sustancias químicas se mantuvieron en nuestra farmacopea hasta el siglo pasado. Los efectos secundarios de los medicamentos o la quimioterapia del cáncer nos recuerdan que estos principios se han mantenido vigentes hasta nuestros días. Mientras el mercurio va siendo eliminado hasta de los termómetros las personas de mi generación recordamos como las rodillas tiznadas de rojo por el mercurocromo era la imagen que más se repetía.
La alquimia siempre se fijó en el mercurio por su aspecto metálico y líquido que no requería ser refinado, amén de su capacidad para formar amalgamas con el oro y la plata. Esta capacidad le dió una importancia capital a las minas de Almadén (Ciudad Real) para la extracción del azogue (mercurio) en la carrera de indias ya que eran cruciales para la extracción de estos minerales de sus menas. Fueron muchos los pueblos de la antigüedad que por estos motivos lo asociaron a una búsqueda de la vida eterna. Es bien conocida la sepultura del primer emperador chino Qin Shi Huang con miles de soldados de terracota sobre ríos de mercurio. Hoy en día se cree que su muerte pudo haberse producido por estos medicamentos de mercurio destinados a hacerlo inmortal.
Paracelso propuso los calomelanos (cloruro de mercurio) como diurético y catárquico y también para tratar la sífilis. Benjamin Rush (1746-1813) médico estadounidense, signatario de la declaración de independencia de EEUU, utilizó los calomelanos para la fiebre amarilla de Filadelfia (1793), así como para estimular la salivación en los tratamientos de tifus y tuberculosis. A finales del siglo XIX el tratamiento de elección para la desinfección de la calles tras la epidemia de cólera que sufrió La Laguna era el sublimado corrosivo que era cloruro de mercurio con ácido clorhídrico al que se le añadía algún colorante. Este producto se repartía entre la población que lo aplicaban en toneles que se se aserraban por la mitad.
Hasta la introducción del Salvarsán (1910) el mercurio fue el tratamiento de elección para la sífilis. Toulouse-Lautrec es probablemente el pintor que mejor ilustra esta primer cuarto de siglo XX donde la sífilis provocaba estragos entre la población europea. A Paul Erlich (1854-1915) se le considera el padre de la medicina química moderna y el descubridor de la arsfenamina (salvarsán) la llamada “bala mágica” al intentar reducir la toxicidad del atoxil que se utilizaba entonces contra la enfermedad del sueño, provocado por el parásito Trypanosoma. Fue David Livingston (1813-1873), médico y explorador escocés el que propuso para en una de las epidemias que con frecuencia se producían en áfrica la utilización de la solución de Fowler (arsenito sódico). Las propiedades terapéuticas del arsénico se conocen desde la antigüedad considerándose como un remedio curalotodo y es probable que a día de hoy sea uno de los mejores ejemplo de lo vigente que están las teorías de Paracelso ya que el arsénico siempre fue el rey de los venenos estando demostrado a día de hoy que otras dosis tiene una gran utilidad como anticancerígeno.
El arsénico blanco (trióxido de arsénico) siempre fue el veneno utilizado de primera elección porque era incoloro, insípido y fácilmente soluble. Su ingesta no producía síntomas por los lo que no levantaba sospechas entre sus víctimas. Los vómitos y diarreas podían ser atribuidas a otras dolencias. Fue el veneno utilizado por Agripina o por los Borgias. Al arsénico también llamado “veneno de sucesión· cayó en desuso en 1836 tras encontrarse pruebas químicas para su identificación.