La referencia más antigua que tenemos de la fiesta de los Corazones de Tejina data del mes de agosto de 1888, documentada en el periódico Las Canarias y describiendo la misma de una forma muy similar a como se lleva a cabo en la actualidad.
“…sobre delgados mástiles descansan adornos acorazonados de rama entretejida, tapizado por panes y frutas que por la tarde se reparten entre la concurrencia”.
Ese año moría en su casa tejinera el senador Gregorio Suárez Morales, Senador y Diputado, miembro de la comisión para la elaboración de la ley sobre gobierno y administración provincial y municipal en 1855 , sin duda la figura más relevante que ha tenido el pueblo. Habían transcurrido 20 años desde la Gloriosa, de la despedida de los Borbones de España y de la tercera expulsión de los jesuitas, los grandes divulgadores de la devoción del Sagrado Corazón de Jesús.
Esta publicación de Las Canarias viene a confirmar la tradición oral publicada en el periódico La Tarde en agosto de 1959 por el periodista Vicente Borges en el sentido de datar el orígen de los Corazones al segundo cuarto del siglo XIX.
Interpretar el significado iconográfico de los corazones, como una fiesta de corpus con su correspondiente ofrenda frutal, obliga a contextualizar los mismos en esta época turbulenta como pocas que significó el cambio político del absolutismo al constitucionalismo y en donde las relaciones iglesia-estado se mantuvieron en una crisis que se considera histórica.
Aunque la transmisión de la devoción al Sagrado Corazón siempre se ha atribuido a los jesuitas en el siglo XIX, esta simbología también la acogieron las demás órdenes religiosas, en especial los agustinos ya que procede de la tercera norma de regla de San Agustín.
“ ….. con un solo alma con un solo corazón orientados hacia Dios”
El Concilio de Trento (1563), que ha sido considerado como la contrarreforma protestante, tuvo diversos acuerdos, pero se reconocen como más importantes los relativos a la eucaristía y a la Virgen. El Corpus adquirió preponderancia social correspondiendo su organización en La Laguna a los Dominicos por concesión pontificia, celebrándose el jueves siguiente a la Pascua de Pentecostés. Por este motivo Los Agustinos trasladaron la celebración del Corpus al domingo infraoctavo de san Agustín, o sea el último domingo del mes de agosto o primero de septiembre[i]. Tan solo 10 años después (1691) el Cabildo de la ciudad ya decidió asistir a la procesión. El alcance festivo trascendía lo religioso y participaban elementos profanos (bailarines, diabletes y papahuevos) que costeaba la propia confraternidad. Si los gremios sacaban a sus patronos, con los conventos adquirió protagonismo la figura de la Virgen María, En Laguna o Garachico presidía la comitiva la Virgen de Gracia, como en las Palmas lo era la de la Regla, luego iban los santos de relevancia y cerrando la comitiva el santísimo.
En Tejina se fundó la Cofradía de la Virgen de los Dolores con la visitación que nos hizo el obispo franciscano Cervera[ii]. La fundación de la Cofradía de la Virgen de Dolores provocó que adquiriese protagonismo la figura de la Virgen de Los Dolores en las procesiones del Corpus, como ocurre incluso en la actualidad.
Al siglo XIX se le conoce como el siglo de las revoluciones o de las plagas su gran detonante. Se han descrito más de 5000 revoluciones[iii], con ciento treinta gobiernos que requirieron siete constituciones diferentes lo que da muestra del grado de inestabilidad de la época. La burguesía intentaba hacerse un hueco de influencia política entre la nobleza, el clero y los militares y no todas las partes salieron igualmente bien paradas. En este contexto, la década moderada prolongada hasta la gloriosa (1844-1868) constituyó toda una etapa de estabilidad que explica la enorme concentración de iniciativas legislativas que se produjeron y que fueron la base de la administración que conocemos hoy en día [iv].
Este periodo de estabilidad que propició el general Narváez (el espadón de Loja) y que contrastaba con la situación en Europa (revoluciones de 1848), sólo fue interrumpido por el bienio progresista (1854-56), época en la que Gregorio Suárez, fue elegido diputado por la isla de La Palma y el responsable canario en dar las novedades a Espartero. Formó parte de la comisión modificadora de la ley de Ayuntamientos que tenía por fin revertir las políticas centralizadoras de los moderados, sin embargo, no dispuso del tiempo necesario para que pudiese entrar en vigor. Si hubo tiempo en cambio para poner en práctica otras iniciativas legislativas como la Ley de Sanidad de 1855[v] en la que participaron activamente tres diputados canarios sobre todo en lo referente a temas de sanidad marítima. Gregorio Suárez Morales, Feliciano Pérez Zamora y Gumersindo Fernández Moratín representaban esos aires liberales y progresistas donde la superación de la enfermedad requería del mayor avance científico. En esta ley se incluyeron los últimos avances en higienismo de la mano de Mateo Seone, médico exiliado a Inglaterra, tras la persecución sufrida por Fernando VII. Para Canarias, en realidad supuso una vuelta atrás desde el progresismo, propiciado por el pleito insular, logrando revertir la primera iniciativa de división provincial conseguida desde Las Palmas gracias a una mejor situación política de los conservadores grancanarios.
A la falta de expectativas económicas con la emigración consecuente se le unía el hambre y las enfermedades. A las plagas de langostas, se le unió la fiebre amarilla. La epidemia de cólera morbo de 1851 ocurrida en las Palmas de Gran Canarias fue el gran detonante del divisionismo provincial. En este caso el movimiento fue acallado con los intereses portuarios de Santa Cruz y Las Palmas y la aprobación de la ley de Puertos Francos que propició el desarrollo económico de ambas ciudades.
Las tres desamortizaciones de las propiedades del clero (Mendizábal, Espartero y Madoz) que envenenaron las relaciones entre la Iglesia y Estado tuvieron un precedente con la expulsión de los jesuitas de Carlos III (27 de febrero de 1767). Hoy en día se desconoce las motivaciones reales que propiciaron tal acción y que supuso para la congregación más de una generación de incertidumbre y falsas expectativas ante su posible regreso.
Entre las diferentes opiniones vertidas, la del P. Álvarez en su manual de Historia de la Iglesia nos parece una de las más acertadas,
“la actitud orgullosa de la compañía, su gran influencia en la política, sus posturas en las cuestiones teológicas y su monopolio en la educación dieron pábulo abundante a las acusaciones hasta el punto de que incluso en la curia romana el número de los anti jesuitas no era pequeño”.
La pragmática sanción de Carlos III requirió esperar a su nieto Fernando VII para que en 1814 se reintegrase a la compañía jesuítica. Más de 40 años expulsados ocasionaron que solo los más longevos recordasen de primera mano la labor realizada. Las consecuencias de la expulsión y posterior supresión de la Compañía de Jesús fueron funestas para iglesia y estados. Quedaron abandonadas, misiones, universidades, colegios, seminarios, escuelas, iglesias, etc. lo que derivó que el analfabetismo alcanzase al 90% de la población.
En Canarias, la expulsión se demoró veinte días y estuvo dirigida por el corregidor y capitán general de las islas don Agustín Gabriel Castillo Ruiz de Vergara, hermano del I Conde de la Vega Grande. Castillo, apellido de las familias más destacadas de Las Palmas que emparentaron con los Bethancourt y Monteverde de la Orotava. Tres padres y tres hermanos jesuitas de Las Palmas fueron entonces recluidos en el Castillo de la Luz, embarcando luego para Tenerife que recogería a los laguneros y los orotavenses. Partirían luego al Puerto de Santa María en Cádiz que se juntarían con los procedentes de América y Filipinas, siendo el destino final de los Canarios los Estados Pontificios en la época en la que comenzaba el arte efímero de las infioratas pontificias. Una nueva expulsión después de la sufrida en el trienio liberal esta vez desde los propios Estados Pontificios les hizo recalar en países no católicos pero que les aceptaban de buen grado como fueron Prusia o Rusia. De esta forma llegaron a Canarias italianos como Bucceroni, Lapetri, Vicenti o De La Rosa[vi] que bien pudieron acercar el arte italiano de la época, sobre todo el relacionado con sus más profundas convicciones religiosas como era el corpus.
Los jesuitas siempre se caracterizaron por sus concepciones barrocas del arte enfrentadas a las concepciones más austeras de los que eran considerados jansenistas como el obispo Tavira o Romo. A pesar de las tendencias liberales y proisabelinas del obispo Romo, éste también fue enviado al exilio por Espartero en 1842, lo que no impidió luego que Isabel II, en la década moderada, lo elevase a la sede arzobispal de Sevilla en agradecimiento por los servicios prestados en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la santa sede, lo que derivaría en el concordato de 1851.
A Romo le sustituyó en Canarias el obispo Codina, monje Paul exclaustrado y expulsado por su propia orden al negarse ésta a que aceptase tal nombramiento. A su llegada a Canarias se hizo acompañar de San Antonio María Claret y de algunas Madres de la Caridad, de las cuales había sido durante años su responsable. Siguiendo las recomendaciones de Claret se apoyó en los jesuitas para reflotar el Seminario Conciliar de Canarias que había instaurado el obispo Cervera y que había decaído en los últimos años. Lo mismo hizo Claret en Cuba cuando se le nombró arzobispo y creó el Colegio Jesuita de Belén en Santiago. Durante el bienio progresista (1854-1856) pudieron mantenerse gracias al pleito insular y la no aceptación de las órdenes de expulsión que dictaba el progresismo tinerfeño. La década moderada supuso por tanto 16 años de estabilidad en la formación eclesiástica que sin duda impregnó con su ideología a toda la diócesis canaria.
La larga duración de su expulsión y el número de veces que se repitieron, junto con la persecución ideológica del propio clero ocasionaron la necesidad de hacerse oír para no caer en el olvido. Si bien sus escritos fueron criticados, sus ilustraciones en cambio lo fueron menos. Los jesuitas cultivaron la emblemática de forma sistemática y editaron en el exilio colecciones de grabados sobre diversos motivos relacionados todos con la pedagogía para facilitar el acceso a lo espiritual a través de los sentidos, tal y como recomendaba san Ignacio de Loyola en sus “Ejercicios Espirituales”. En una época en donde se imponía el uso de la palabra, los jesuitas optaron por la imagen. Manuel Luengo[vii] sitúa en Córcega estas grabaciones. En estas estampas aparecían los sagrados corazones orlados de llamas, quedando en primer plano el del padre, abrazado por una hiriente corona de espinas bajo la cual sangra una llaga. A diferencia del Sagrado Corazón de María, de cuya supuesta aorta brotan flores blancas de pureza, del de Jesús se proyecta una cruz y a ambos lados flotan querubines custodios de los dos órganos. En la base del grabado, dos bandas rezan: “Corda Patris, Matris que mihi dilcissimas, Patris in corde, et Matris vivere corde volo” . O aquellas en las que aparecía sólo el Sagrado Corazón de Jesús, en exacta traza pero festoneado con mayor cantidad de cabezas angelicales y ungido por las iniciales IHS. Estas estampas derivaron en otras, estas ya desde los Estados Pontificios, en las que se criticaban diversos aspectos de la vida política y religiosa que llegaron incluso a ser perseguidas por Carlos III. A lo largo del siglo XIX se generalizó la devoción llegando a celebrar su fiesta el primer viernes después de la octava del Corpus.
En Tenerife sólo las monjas Claras y las Catalinas aguantaron las políticas de exclaustración de los gobiernos liberales. Cuando Codina se apoyó en Claret, abanderado papal de la devoción al Corazón de María, estableció la obligatoriedad de crear en todas las parroquias cofradías del Corazón de María La primera que se creó fue Archicofradía de Tejina ya que su párroco, Juan Espinosa y Salas mantenía una estrecha amistad con Argibay, franciscano exclaustrado responsable de las monjas Claras cuyo convento había sido elegido como centro de la devoción a la Inmaculada Concepción de María tras la aprobación de la bula papal Inefalbilis Deus por Pio IX (1854). Tejina fue una parroquia propicia para la divulgación de la devoción al coincidir la novena de la Asunción con la fiesta del santo patrón Bartolomé y el domingo siguiente con el del Corazón de María, Celebración iniciada por el padre Rothman superior jesuita en Roma en la época en que Claret se iniciaba como tal en el mismo lugar.
Codina acompañada por Claret y con ayuda de los jesuitas que este le recomendó fueron los grandes impulsores de la devoción mariana desde el seminario diocesano de Canarias. No en vano, Claret fue considerado el abanderado papal del Corazón de María.
La acción pastoral, que establece el Diario de la expulsión de los jesuitas de Manuel Luengo, consistía en predicaciones, sermones, sermones morales, pláticas, ejercicios espirituales, catequesis, ejercicios piadosos, misiones, cumplimiento pascual, novenas, octavarios, confesiones, visitas, atención a los enfermos y el mes de mayo, que con muy pocas manos ejercieron una influencia mediática digna del mejor espectáculo de Hollywood. Los ejercicios ignacianos fue una práctica que ya había calado desde hacía tiempo en Canarias y que practicaba Codina con su confesor jesuita incluso después de su expulsión. Las misiones, yendo puerta a puerta a pesar de las malas comunicaciones de la época, fue sin duda la forma más eficaz de ministerio apostólico empleada por los jesuitas. Esas misiones las extendieron a todas las islas, teniendo constancia del éxito de la visita practicada en Tenerife por el P. Ramón Jové a Güímar, Granadilla y Guía en 1863 o la de los PP. Olivas y Vigordán en 1864 a La Laguna, en la época en la que el obispado nivariense continuaba vacante en manos del administrador apostólico el obispo Lluch.
Las dos principales ofrendas frutales acorazonadas de Canarias se llevan a cabo en dos épocas diferentes. La de Tejina en agosto coincidiendo con el Corpus estival agustino y sobre todo el día del Corazón de María y el de Güímar coincidiendo con las cruces del mes de mayo
Elegir mayo como un mes dedicado a la Virgen María fue también una iniciativa jesuita que se inició en el Colegio Imperial de Madrid en 1831. En Tejina se oficializó en 1902, pero la influencia del asentamiento de los Jesuitas en Tejina lo evidencia el inventario de flores artificiales en 1854 para la fiesta mariana de mayo que consta en el archivo diocesano, cuando dicha celebración se había iniciado tan solo un año antes en Las Palmas. La tradición floral de los jesuitas le venía de muy antiguo desde el nombramiento de Juan Bautista Ferrari (1584-1655), jesuita responsable del jardín botánico del Cardenal Barberini, muy frecuentado por el papa Pablo V.
La desaparición de las murallas de la ciudad medieval estableció un nuevo concepto del espacio vital y permitió establecer un mayor contacto con la naturaleza y con el aire limpio, libre de miasmas, que sería clave para el desarrollo de las teorías higienistas posteriores[viii] y que se mantienen en la actualidad. Ferrari fue autor de los cuatro tratados sobre el cultivo de flores y cítricos, resultado de sus investigaciones en estos jardines botánicos que crecían tanto horizontal como verticalmente. Los cítricos eran entonces objeto de estudio farmacológico por Nicolás Monardes, como lo eran también las plantas que estaban recogiendo los jesuitas en América. El escorbuto era la plaga que más afectaba a los viajes transoceánicos y los cítricos con su vitamina C su solución. Los jesuitas vinieron a significar el tornaviaje del conocimiento científico de las plantas medicinales a Europa en una época complicada, la de los físicos (Galileo), en la que la explosión vegetal descubierta en el nuevo continente requería una explicación de su simbología. El mejor ejemplo lo constituye el maracuyá o pasiflora cuyas flores fueron símbolo de buenos augurios a la llegada de los misioneros al continente. Pablo V le llamó la flor de la pasión asignándole cada una de las partes a un momento de la pasión de Cristo, en ella creía ver la corona de espinas, los clavos o gotas de sangre de Jesucristo crucificado.
Personajes como Celestino Mutis demuestran que hasta su expulsión los jesuitas constituían la vanguardia científica de los conocimientos que se adquirían en el continente americano. El propio Linneo (padre de la taxonomía moderna) era pródigo en elogios en su correspondencia epistolar con Mutis y Alexander Van Humboldt, extrañado de que fueran sacerdotes los que estuvieran en la vanguardia científica, no dejaba de asombrarse de la dotación de la que disponían. De su biblioteca decía que sus 8500 ejemplares solo eran superados por la Royal Society inglesa. Su frenética actividad científica, no disminuyó la eclesiástica obrando entre otros aspectos como confesor de las monjas Claras transmitiendo su especial devoción a la Inmaculada Concepción y a Santa Teresa de Jesús, como lo hacían todos los jesuitas.
Los tres colegios jesuitas de Canarias se ubicaron en lugares estratégicos denotando una evidente voluntad para implicarse social y políticamente[ix]. El extrañamiento de los jesuitas se llevó a cabo sin aviso previo ni capacidad de reacción. El colegio de la Inmaculada Concepción de La Laguna se encontraba en la calle Real, sobre propiedades de los Salazar, la actual Real Sociedad Económica Amigos del País de Tenerife (RSEAPT) que se convertiría luego en la Universidad de San Fernando. Sus propiedades temporales fueron concentradas en la Iglesia de los Remedios antes de repartirse entre las diferentes parroquias de la isla, entre las que se encontraban Tejina y Tegueste. De su inventario localizado en el Archivo Histórico Provincial[x] se demuestra su principal devoción mariana y el ser seguidores de Santa Teresa de Jesús y al jesuita José de Anchieta. Seguidora de Santa Teresa de Jesús también fue Santa Rosa de Lima a la que se considera patrona de América, Filipinas y de las Indias Occidentales. Resulta interesante acercarse al concepto de “morada” que tenía Santa Teresa y la reinterpretación que hace Santa Rosa de los corazones donde las cruces vienen a significar la medida del Corazón. El Corazón es todo Cristo parece indicar la secuencia de cruces que dibuja Santa Rosa de Lima sobre la terna de Corazones.
[i] Los conventos agustinos de Canarias. Arte iconografía y devociones durante la Época Moderna. Carlos Rodríguez Morales.
[ii] Juan Francisco Cervera. De Franciscano descalzo a obispo ilustrado. Julio Sánchez Rodríguez.
[iii] El siglo de las revoluciones de España. Rafael Sánchez Montero.
[iv] La “Década Moderada” y la emergencia de la administración contemporánea. Tomás-Ramón Fernández.
[v] La “Década Moderada” y la emergencia de la administración contemporánea. Tomás-Ramón Fernández.
[vi] El seminario diocesano de Canarias y los jesuitas (1852-1868). Agustín Castro Merello, SJ.
[vii] Profecías, coplas, creencias y devociones en los jesuitas expulsos durante su exilio en Italia. Inmaculada Fernández de Arrillaga. Revista de Historia Moderna (16) (1997) (pp 83-98).
[viii] Francisco Méndez Álvaro (1806-1883) y las ideas sanitarias del liberalismo moderado. José Luis Fresquet Febrer.
[ix] Los Jesuitas y Canarias (1566-1767). Julián Escribano Garrido.
[x] Diligencias de inventario, clasificación y valoración de los ornamentos y alhajas pertenecientes a Compañía de Jesús antes de su expulsión y depositadas en la parroquia de Nuestra Señora de los Remedios AHPT, C-118-18.