En la antigüedad la interpretación del mundo que nos rodea era mucho más holística. La especialización de las distintas ramas del saber ha provocado un distanciamiento de las mismas. Médicos, filósofos, matemáticos, alquimistas, astrónomos eran con frecuencia las mismas personas o en cualquier caso muy cercanas. La diferenciación entre lo natural y artificial entra de lleno en esta dicotomía y se me antoja paradójicamente muy artificiosa. Desde el mismo momento del inicio de la vida, cuando el espermatozoide fecunda al óvulo y comienza a funcionar la maravilla de la meiosis dividiéndose la célula en dos, parece ya entrar en juego las matemáticas orientándose las estructuras según la divina proporción tal y como predecía Euclides con aquel teorema que decía algo así como “el todo es a la parte como la parte al resto”.
Fué Aristóteles (384-322 a.c.) el primero que dividió al mundo vivo entre animales y plantas y según la teoría de la selección natural de Darwin fueron las algas verdes las primeras que se adaptaron a vivir fuera del agua hace unos 450 millones de años.
Fueron los animales y las plantas nuestra principal fuente de alimentación y supervivencia. Por imitación a otros animales y mediante un proceso de ensayo y error, aprendimos a seleccionar aquellos vegetales que satisfacían el hambre o por contra producían efectos indeseados. Pero también se comprobó que determinadas plantas producían otros efectos deseados, aliviaban el dolor, la fiebre, el estreñimiento o sencillamente ayudaban a conciliar el sueño.
El uso de la corteza de sauce con el fin de aliviar el dolor y bajar la fiebre se encuentra descrita desde tiempò inmemorial tanto en Europa como en China. En Europa su conocimiento se perdió tras el imperio romano aunque los druidas utilizaban en sus ritos a la reina de los prados (Filipendula ulmaria) que presenta los mismos precursores. Edward Stone, un religioso inglés del siglo XVIII experimentó con la corteza de sauce por su preferencia por los climas húmedos que él creía le permitía utilizarlo para los dolores articulares. En 1763 informaría de su utilidad y 60 años después dos farmacéuticos un alemán (Buchner) y un francés (Leroux) aislarían del sauce blanco (salix alba) el ácido salicílico, un producto muy activo pero muy amargo. Se obtuvieron a partir de un heterósidos fenólicos derivados del saligenol, primer heterósido aislado de plantas que tratado con ácidos se descomponía en glucosa y alcohol salicílico. Era efectivo pero causaba irritación extrema de la garganta y del estómago.
En 1897 el químico alemán Felix Hoffman de la firma farmacéutica Bayer, descubrió que acetilando la molécula se paliaban esto efectos adversos y que una vez ingerido se transformaba en ácido salicílico. El ácido acetilsalicílico adquirió el nombre comercial de aspirina, un medicamento que dio fama internacional a Bayer y que se generalizó su uso a principios del siglo XX como paliativo de la gripe en 1918.
Son muchos los medicamentos que tienen su orígen en la actividad de las plantas medicinales como la morfina, la codeína, la atropina, la digoxina, la quinina, la cocaína, la warfarina, la colchicina, el taxol o la vinblastina. La plantas gastan gran parte de la energía metabólica para sintetizar estos productos que a lo largo del tiempo han evolucionado y agudizado sus efectos. La búsqueda de estos compuestos, su aislamiento, comprobar cómo afectan al cuerpo humano y averiguar la forma de proceder a su síntesis química han permitido avanzar enormemente a la química y a la industria farmacéutica durante siglos. En la Universidad de La Laguna tenemos un centro que es una referencia internacional en la investigación de estos Productos Naturales, el Instituto Universitario de Bioorgánica, Dr. Antonio González (IUBO-AG).