Expresiones como los cuatro elementos, los cuatro Jinetes del Apocalipsis, las cuatro estaciones o los cuatro puntos cardinales nos indican la importancia simbólica que nuestra cultura le ha dado al número cuatro. Es el número que siempre ha simbolizado el orden, lo estable, los valores pero también la lucha por límites, la creación, la mentalidad científica. De ahí nos vienen expresiones como mentalidad cuadriculada de personas que no rehuyen los problemas y saben cómo afrontarlos.
No es de extrañar por tanto que desde la cultura mesopotámica y egipcia se tuviese presente que nuestro bienestar físico y mental dependía del equilibrio de cuatro humores o líquidos. Hipócrates (460 a.c. – 370 a.c.) sistematizó esta creencia y lo adaptó a la práctica médica, el humoralismo, que consideraba que estos cuatro líquidos que debían estar en equilibrio eran la sangre, la flema, el atrabilis (bilis negro) y la bilis. Esta teoría había desplazado la creencia que existía hasta entonces de que las enfermedades se debían a malignos sobrenaturales.
El humoralismo se aceptó de forma generalizada y se mantuvo vigente hasta el siglo XIX. Fue Galeno (130-200) el que sugirió que el exceso de algún humor era el responsable de los distintos tipos de temperamentos: sanguíneos (sangre), flemáticos (flema), melancólico (atrabilis) y colérico (bilis). Avicena (980-1037), médico musulmán, en su Canon medicinae (1025), profundizó en el texto de Galeno en relación a los cambios de temperamentos y la enfermedad y su asociación con los órganos principales, el cerebro y el corazón. Los hábitos alimenticios, el ejercicio, la vestimenta y la higiene producirían los ajustes necesarios en la producción de los humores que se sintetizaban en el cuerpo.
Los médicos intentaban restablecer el equilibrio de los humores mediante tratamientos tan drásticos como las purgas, las sangrías o la inducción al vómito.
El humoralismo se mantuvo vigente hasta el siglo XIX en las que se aceptaron las teorías más modernas basadas en los avances en patología y a las causas biológicas y bacterianas de la enfermedad.